Desde las altas cumbres de la Sierra de Segura, modeladas en dolomías y calizas de los periodos geológicos Jurásico y Cretácico, bajan innumerables cursos de agua que, comenzando en fuentes o surgencias, en torrentes y arroyos, van confluyendo hasta formar importantes ríos. Algunos de ellos, como el Guadalimar, acabarán vertiendo sus aguas al Atlántico, vía río Guadalquivir, y otros, como el Mundo y el Tus, al Mediterráneo, vía río Segura.
Las citadas rocas, calizas y dolomías, son materiales carbonatados que se formaron en los fondos marinos de hace más de 65 millones de años, y que se elevaron por importantes procesos tectónicos, con plegamientos y fracturaciones de la corteza terrestre, en los últimos doce millones de años de la historia de la Tierra.
Desde ese momento, sometidas a la acción destructora de la atmósfera y otros agentes geológicos, como el agua superficial o subterránea, han sido talladas para formar el relieve que ahora contemplamos; la mayor parte de las veces de forma lenta y continuada, como en el caso del encajamiento de las redes fluviales, pero en otras ocasiones de manera más o menos rápida, a base de repentinos desprendimientos.
Junto a una de una de esas elevaciones, el pico Navalperal, de 1.618 m de altitud, se encuentra el Calar del mismo nombre, una pequeña planicie modelada en calizas cretácicas y salpicadas de surcos, oquedades y depresiones formadas por disolución de estas rocas, en lo que los geólogos denominan procesos de karstificación.
Los surcos y oquedades, el llamado lapiaz, y las depresiones, conocidas como dolinas, favorecen la infiltración en el subsuelo de la lluvia (la propia palabra "calar" hace alusión a este fenómeno, por el cual las calizas se comportan como esponjas).
En el proceso, el agua disuelve el material calizo y se va cargando de carbonatos disueltos (principalmente de calcio, la llamada "cal del agua").
Más tarde, al pie de los relieves calizos, estas aguas acaban retornando a la superficie a través de numerosos veneros, manantiales y fuentes, originando arroyos que, al juntarse con las aguas procedentes directamente de la escorrentía superficial, forman los ríos a los que hemos hecho alusión al principio.
En el caso que nos interesa, uno de ellos, en la falda del Navalperal, es el río Morles, conocido en su cabecera como Arroyo de La Hueta en honor a esta pequeña y recóndita aldea perteneciente al municipio de Orcera.
A lo largo del curso del Morles, nos encontramos un escondido tesoro hidrológico y paisajístico: las cascadas de La Hueta, un conjunto de cinco preciosos saltos de agua consecutivos a lo largo del curso alto del río.
Las saltos se han originado por desigualdades en los terrenos en los que, como un cuchillo, se ha encajado el río, y que pueden deberse a la existencia de fractura o fallas, a diferencias en la resistencia a la erosión hídrica de las rocas atravesadas por el agua, o a otros factores geológicos que producen también escalones topográficos.
Sea cual sea la causa concreta en cada caso, nos encontramos con estas bellas cascadas de La Hueta en las que podemos observar, además, otra curiosidad geológica: la formación de unas rocas, más o menos porosas, ligadas al agua en terrenos calizos.
Son las tobas o travertinos, materialesoriginados al depositarse el carbonato cálcico disuelto sobre plantas, musgos y tapices de algas presentes en los lugares de agua abundante, por procesos de naturaleza biológica, en el caso de las tobas, o por precipitación directa debido a procesos físico-químicos, en el caso de los travertinos.
Estas acumulaciones carbonatadas pueden formar, como se puede ver en la cuarta cascada según se asciende, a impresionantes mantos pétreos que se proyectan en la dirección del salto de agua: un proceso que ocurrió en el pasado, pero que sigue ocurriendo en la actualidad delante de nuestros asombrados ojos.
Carlos Díaz Bermejo